Crítica de Silencio (2025), dirigida por Eduardo Casanova
Con Lucía Díez, Ana Polvorosa, Mariola Fuentes, Leticia Dolera, Omar Ayuso y Carolina Rubio. Producida por Javier Prada (Gamera Studios) y Reyes Velayos (Apoyo Positivo). Estreno: 1 de diciembre de 2025. 3 episodios. Duración total: 69min. Nacionalidad: española.

Recorre siglos de historia para reflejar cómo la sociedad teme más a la diferencia que a la propia enfermedad
Eduardo Casanova vuelve a demostrar por qué su imaginación sigue siendo una de las más singulares del audiovisual español contemporáneo. Silencio no es únicamente una serie sobre vampiras: es una obra que reflexiona sobre cómo las sociedades han mirado y siguen mirando a lo diferente, lo enfermo, lo marginal. La fantasía gótica funciona aquí como vehículo para hablar de estigma, miedo y silencio social, temas recurrentes en el universo del director.
Estrenada en el Festival de Sitges y disponible desde el 1 de diciembre en Movistar+, la miniserie confirma a Casanova como un creador que no busca acomodarse, sino incomodar con sentido
«Más que una historia de vampiras, Silencio es un retrato del miedo social: el rechazo, el señalamiento y el silencio como forma de violencia.»
Cristina Cuadra Fernández
Entre lo fantástico y lo social: Casanova narra dos épocas unidas por el miedo y la diferencia
Desde Pieles hasta La piedad, su filmografía ha explorado cuerpos fuera de norma y emociones incómodas, siempre desde una mezcla muy personal de exceso estético, humor negro y una sensibilidad profundamente humana. En ese universo conviven la irreverencia de John Waters con la celebración de lo grotesco como forma de resistencia y el melodrama de la tradición almodovariana, donde el dolor, el deseo y la ternura coexisten sin jerarquías. Silencio amplía ese imaginario recurriendo al fantástico para hablar, una vez más, de una realidad histórica y social que todavía pesa.
La serie se articula a través de dos líneas temporales que se entrelazan con naturalidad. Por un lado, tres hermanas vampiras sobreviven en la Europa medieval durante la Peste Negra, enfrentándose a la escasez de “sangre humana limpia”. Por otro, Malva, su descendiente, habita la España de los años 80: se alimenta de sangre sintética y se enamora de Triana, una mujer diagnosticada con SIDA. En apenas tres episodios de unos veinte minutos, Casanova construye un relato compacto que cruza historia, intimidad y crítica social sin perder cohesión ni pulso narrativo.

Lo visual como lenguaje del miedo y la vulnerabilidad
Esta estructura no es un simple recurso formal, sino la columna vertebral conceptual de Silencio. La Peste Negra y el VIH funcionan como reflejos históricos de un mismo miedo: el rechazo al cuerpo considerado peligroso. En ambos contextos, Casanova desplaza el foco del terror hacia la reacción colectiva. En Silencio, el miedo no se dirige al monstruo, sino a la sociedad. Las vampiras no temen serlo, temen ser vistas. No es la enfermedad lo que las condena, sino la mirada ajena, el señalamiento y la expulsión del espacio común. Así, el director convierte el terror en una cuestión social: lo verdaderamente peligroso no es la diferencia, sino la respuesta que se construye frente a ella. La sangre deja de ser un elemento de horror para convertirse en símbolo de vulnerabilidad, supervivencia, deseo y estigma.
Todo este discurso no se sostiene solo en el guion: se materializa, sobre todo, en lo visual. Silencio rompe con los códigos clásicos del vampirismo para construir una iconografía propia, donde lo grotesco y lo delicado conviven sin contradicción. Las criaturas de Casanova no buscan seducir: manos alargadas, cráneos deformados y bocas casi escultóricas remiten al terror expresionista, pero envueltas en una paleta de colores pastel y texturas suaves que las vuelven extrañamente cercanas. El horror, de nuevo, no está en su apariencia, sino en la mirada que las juzga. El trabajo de maquillaje, prótesis y vestuario transforma a actrices como Leticia Dolera, Carolina Rubio, Ana Polvorosa o Mariola Fuentes en figuras irreconocibles, sin perder nunca su verdad emocional.

El delicado equilibrio emocional de Silencio
En este universo visual tan extremo, el humor aparece como una herramienta esencial de equilibrio. No funciona como alivio superficial, sino como una forma de respiración narrativa. En medio del dolor, la enfermedad y el estigma, Casanova introduce ironía, situaciones absurdas y diálogos cotidianos que rompen la solemnidad sin desactivar el conflicto. Ese humor no banaliza el drama; lo vuelve más incisivo. Nos reímos con los personajes, nunca de ellos, y esa complicidad genera una cercanía inesperada: el espectador baja la guardia, entra en la lógica de la serie y termina implicándose emocionalmente.
Esa implicación es clave para entender la fuerza del episodio final, que actúa como una consecuencia natural de todo lo anterior. La relación entre Malva y Triana no se plantea desde la tragedia ni desde la épica fantástica, sino desde el cuidado, la intimidad y el reconocimiento mutuo. Casanova rehúye cualquier gesto grandilocuente: no hay venganza ni redención espectacular, solo empatía. El monstruo deja de ser una figura externa y el foco se desplaza definitivamente hacia el sistema que margina. El amor, aquí, no es un cierre romántico, sino un acto político silencioso.

Silencio es una obra incómoda y necesaria. No busca agradar a todos, sino dejar huella. En un panorama audiovisual cada vez más uniforme, Casanova firma una serie con identidad propia, capaz de convertir lo grotesco en belleza y lo marginal en centro. Una ficción que entretiene, interpela y permanece, demostrando que a veces el verdadero terror no grita: simplemente se calla.





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