La nueva obra del director Oliver Laxe, que se alzó con el Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2025.

Oliver Laxe vuelve a sacudir el cine español con Sirât, una película que, como casi toda su obra, busca situarse en un territorio fronterizo entre lo físico y lo espiritual. El largometraje nos lanza a un viaje donde un padre y su hijo buscan su otra hija desaparecida, pero pronto descubrimos que la trama es apenas un pretexto, lo que realmente importa es el viaje a través de un paisaje hostil y crudo.
La estructura se mueve en un terreno híbrido, por un lado, adopta la forma de una road movie, con el viaje como motor narrativo y por otro, una historia propia del cine familiar, se acerca así a lo conocemos como cine de la crueldad, donde los personajes no solo enfrentan al entorno, sino también una mirada que insiste en mostrar el dolor sin la necesidad de filtrar nada.

No se puede negar la genialidad técnica de Laxe, que de alguna forma consigue agredir al espectador. Esos planos del desierto interminables, el sonido, electrónico y envolvente que se convierte un parte más del guión. La película es, en ese sentido, un acontecimiento casi sensorial, una inmersión que pocos cineastas españoles se atreven a proponer.
El desierto funciona como un personaje más. No tiene un simple uso visual, sino que se transforma en un elemento que condiciona cada decisión de los protagonistas. Su hostilidad marca desde el principio todo en la historia y obliga a los personajes a llegar a sus límites físicos y psicológicos. A medida que esta avanza, ese mismo desierto es también lo que va desorientando a los propios protagonistas, lo que empieza como una búsqueda clara se convierte en una deriva en la que se van perdiendo, reflejando así la propia confusión narrativa de la película.

Es toda esta ambición es la que genera grietas. Sirât empieza con una claridad narrativa, un padre y un hijo arrastrados a un territorio desconocido, pero a medida que avanza se diluye en símbolos que no siempre encuentran camino. El viaje existencial se vuelve algo disperso, y lo que al principio generaba tensión dramática acaba convertido en un enigma.
También hay que destacar que desde su estreno no ha estado libre de polémica. Marruecos no tiene frontera con Mauritania, algo que Laxe, habiendo rodado ya tres películas allí, debería saber. Escoger un lugar de conflicto político y utilizar un conflicto social como recurso estético está mal. No se me ocurre mecanismo más «occidental» para criticar la mirada colonial que el que utiliza el director.
Sirât se sitúa en la estela de un cine que expone sin filtros la vulnerabilidad de sus personajes. La crudeza de su propuesta la convierte en una obra incómoda, a ratos fascinante y a ratos frustrante.
No es una película perfecta, de hecho se aleja mucho de serlo, pero es imposible negar que toda persona que la vea tendrá la sensación de haber sido testigo de algo poco fácil de olvidar.





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