Piedra, papel o tijera: el juego de la memoria donde ganar es aprender a perder

Crítica del cortometraje dirigido por Miguel Ángel Olivares

Puntuación: 4 de 5.

Con Nacho Guerreros, Luisa Gavasa, Cuca Escribano, Raúl Tejón y Saida Benzal. Producción y distribución: Line Up Film Agency.

Estreno en festivales, 2025. Nacionalidad: española.

«Cada memoria compartida es un acto de resistencia frente al olvido y la fragilidad.»

Cristina Cuadra Fernández

En Piedra, papel o tijera, Miguel Ángel Olivares toma el gesto más inocente —un juego de manos de infancia— y lo convierte en un duelo íntimo donde los recuerdos pesan más que las palabras. El punto de partida es casi trivial: Mateo, escritor en crisis, reúne a un grupo de amigos y les pide que compartan con él su mejor recuerdo. Lo que podría ser una velada ligera se transforma en un ritual de memoria, un campo de batalla emocional donde cada relato revela heridas, silencios y una verdad más grande que todos ellos: la fragilidad de la vida compartida.

Fotograma de «Piedra, papel o tijera» | Mateo (Nacho Guerreros)

El cortometraje se sostiene sobre una estructura teatral, cerrada, como si todo sucediera en un escenario doméstico. Y, sin embargo, bajo esa apariencia minimalista se despliega una narración que funciona como un mecanismo de precisión. El guion de Nach Solís evita los fuegos artificiales, prefiere la tensión sutil: los silencios incómodos, las miradas que no se sostienen, las frases que parecen incompletas pero que lo dicen todo. El montaje de Javier Dampierre acompaña este ritmo pausado, casi de respiración contenida, hasta que lo íntimo se desborda en emoción pura.

Visualmente, el corto respira calidez. La fotografía de Carolina Maltese utiliza una paleta de tonos cálidos, casi otoñales, que hacen del salón de Mateo un refugio y, al mismo tiempo, una trampa: la casa se convierte en lugar seguro y claustrofóbico a la vez. La luz acaricia los rostros, pero también deja ver las grietas. La dirección artística de Isabel Serrano refuerza esta intimidad: objetos personales, libros, una copa en la mesa… todo habla de un personaje que se aferra a la memoria como quien se aferra a la vida. La música de Sofía Sáinz, delicada y sin estridencias, aparece como una respiración que acompaña sin invadir: notas suaves que parecen recuerdos en sí mismos.

Julia (Cuca Escribano) & Rafa (Raúl Tejón)

Un perfecto elenco coral

La obra brilla gracias a sus intérpretes, que convierten cada línea en confesión y cada gesto en grieta emocional. Nacho Guerreros compone un Mateo frágil y poderoso a la vez: un hombre atrapado entre la necesidad de ser recordado y el miedo a desaparecer. Su contención hace que cada mirada pese. Luisa Gavasa, como Rita, irradia gravedad y ternura; su presencia aporta hondura incluso en los diálogos más breves. Cuca Escribano ilumina el relato con un personaje lleno de contradicciones, elegante y herido, mientras Raúl Tejón aporta a Rafa un calor humano que equilibra la dureza del conjunto. Saida Benzal completa el grupo con frescura, abriendo una grieta de esperanza en medio del dolor. En este cortometraje no hay secundarios: todos los personajes están tejidos con la misma densidad emocional.

Carmen (Saida Benza) & Rita (Luisa Gavasa)

Una mirada social: la dignidad en la fragilidad

Más allá del drama íntimo, Piedra, papel o tijera habla de la enfermedad y de sus efectos colaterales. Olivares no pone el foco en lo clínico ni en lo médico, sino en el impacto emocional: cómo se transforma una amistad cuando el tiempo se convierte en un enemigo silencioso. La película retrata esa tensión entre el deseo de seguir viviendo con normalidad y la necesidad de reconocer la vulnerabilidad. Es, en última instancia, un homenaje a quienes sufren en silencio y a quienes los rodean: amigos, parejas, familias elegidas que cargan también con la herida.

En este sentido, el cortometraje dialoga con una tradición del cine europeo que se atreve a mirar lo humano desde lo cotidiano. Como sucede en el cine de Almodóvar, el salón se convierte en escenario de verdades desnudas; como en Haneke, lo doméstico es el lugar donde se filtra la finitud. Pero Olivares aporta una voz propia: la ternura como resistencia, el afecto como última trinchera.

Carmen (Saida Benza) & Mateo (Nacho Guerreros)

La normalización de la representación LGTBIQ+

Uno de los aciertos más sutiles del cortometraje es la representación de una relación afectiva entre dos de sus protagonistas masculinos (Mateo y Rafa). Lo que en otro contexto podría haberse narrado desde el conflicto, aquí aparece como un vínculo natural, sin etiquetas forzadas ni dramatizaciones sensacionalistas. El amor, simplemente, existe. Esa decisión narrativa, aparentemente pequeña, es en realidad política: despojar a la representación LGTBIQ+ de clichés y mostrarla como parte orgánica de la vida.

Esta coherencia conecta con el recorrido de Olivares: en Julia (2020) narró la historia de una joven trans desde la empatía y la normalización; en Vinilo (2024), abordó un amor homosexual intergeneracional con sensibilidad y sin tapujos. En Piedra, papel o tijera da un paso más: integra la diversidad sin convertirla en “tema”, demostrando que la verdadera inclusión no es el subrayado, sino la naturalidad.

Rafa (Raúl Tejón) & Mateo (Nacho Guerreros)

Entre el indie español y la universalidad

El estilo del cortometraje lo inscribe en la mejor tradición del cine independiente español actual: un cine que huye del artificio, que se permite la pausa, que prefiere emocionar antes que impresionar. Sus silencios dialogan con propuestas recientes como Cardo o La amiga de mi amiga, obras que también apuestan por narrar lo pequeño con potencia universal. Pero Piedra, papel o tijera tiene algo propio: una calidez que transforma el drama en refugio, y una mirada poética que convierte lo doloroso en memoria compartida.

Un recorrido festivalero que confirma su impacto

El impacto del cortometraje ha sido inmediato: más de cuarenta selecciones en festivales nacionales, premios del público y menciones especiales. En apenas meses, la obra ha conectado con audiencias diversas, demostrando que su historia, aunque íntima, tiene una resonancia universal.

Luisa Gasava y Miguel Ángel Olivares

De hecho, el cineasta Miguel Ángel Olivares suena con fuerza en la carrera hacia los Goya con Piedra, Papel o Tijera, una obra que, en tan solo cuatro meses, ha logrado una cosecha impresionante de más de 40 selecciones —incluidos ocho festivales calificadores a los Premios Goya—, 12 nominaciones y 8 premios. Destacan las dos nominaciones a los Premios Fugaz al “Mejor Guion” (Nach Solís) y “Mejor Música original” (Sofía Sainz, con la producción musical de Sergio de la Puente, nominado al Goya en 2020 y 2025).

La crítica ha destacado precisamente eso: su capacidad de emocionar sin caer en sentimentalismos, de hablar de la muerte desde la vida, y de hacer del recuerdo un acto de resistencia..

En definitiva, Piedra, papel o tijera es un cortometraje que se instala en el espectador mucho después de terminar. No busca el efectismo, sino la verdad emocional. No impone, susurra. Y en ese susurro cabe todo: la enfermedad, la amistad, el amor, la memoria y la dignidad. Miguel Ángel Olivares confirma con esta obra que el cine breve puede ser también cine mayor: una pieza íntima, política en su sensibilidad, profundamente humana.

Un juego donde nadie gana, porque todos pierden algo. Pero donde, al final, lo que permanece es la memoria compartida. Y eso —en tiempos de ruido, prisas y olvido— es revolucionario.

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