Superestar: la tragicomedia marciana que convierte el kitsch en arte pop

Crítica de Superestar, serie creada por Nacho Vigalondo y Claudia Costafreda

Puntuación: 5 de 5.

Con Ingrid García-Jonsson, Natalia de Molina, Pepón Nieto, Julián Villagrán, Secun de la Rosa y Rocío Ibáñez. Producción de Suma Content con Los Javis. Estreno en Netflix, 18 julio de 2025. 6 episodios. Nacionalidad: española.

«Lo absurdo se vuelve emoción pura cuando el kitsch deja de ser una broma y se convierte en memoria.»

— Cristina Cuadra Fernández

Justo cuando creíamos que ya lo habíamos ironizado todoSuperestar aparece como un espejismo pop que convierte el absurdo en verdad emocional. Y no es solo una serie sobre Tamara (ahora Yurena), esa figura de la televisión de los 2000; es un ensayo visual sobre la mirada que pusimos —y seguimos poniendo— en quienes consideramos «frikis». Con inteligencia, con respeto y, sobre todo, con una sensibilidad desarmanteNacho Vigalondo y Claudia Costafredacrean una ficción que es más grande que su propio referente.

Lejos del biopic convencionalSuperestar opta por una estructura caleidoscópica: cada episodio es un pequeño universo, una cápsula emocional con sus propios códigos. Lo que podría haber sido una comedia oportunista se convierte aquí en un espacio de experimentación formal, en el que el exceso estético no es solo una decisión visual, sino una forma de narrar el absurdo del estrellato televisivo. Hay algo fascinante en cómo la serie convierte lo grotesco en bello y lo patético en profundamente humano.

La puesta en escena bebe de múltiples tradiciones: del melodrama televisivo al videoclip postmoderno, del costumbrismo con lente de aumento a las fantasías mediáticas que rozan el teatro del absurdo. Pero no es una mezcla al azar. Hay precisión quirúrgica en cada decisión: desde los filtros sobreexpuestos que nos devuelven al VHS más noventero hasta los silencios que resquebrajan la risa. Todo está tejido con una intención poética que recuerda al lirismo crudo de Cardo, el ingenio sci-fi de Los cronocrímenes, y, por supuesto, al brillante tacto pop de Los Javis en su máxima expresión.

El gran acierto de Superestar es Ingrid García-Jonsson como Tamarajamás imita, nunca parodia. Nos entrega una protagonista frágil, magnética, inocente y llena de capas, que navega entre la incomprensión pública y su deseo desbordado de ser querida. No hay juicio, solo humanidad. Alrededor de ella, personajes secundarios que en otro contexto serían caricaturas (la madre posesiva, el vidente chalado, el presentador sin escrúpulos) se convierten en sujetos de deseo, extrañeza o delirio. En ese equilibrio está la gracia: no hay ni víctima ni verdugo. Todos están atrapados en una máquina que no entienden del todo, pero a la que han decidido bailar.

Y ese baile, por momentos, es hipnótico. La serie se permite desvaríos narrativos audaces: un episodio contado desde el punto de vista de un muñeco de feria, un plató que se convierte en planeta marciano, una escena final que deshace la cronología para convertirla en recuerdo. Esta libertad narrativa no es caprichosa; responde al deseo de mirar con nuevos ojos a una época de nuestro imaginario colectivo. Porque si algo demuestra Superestar, es que la memoria también puede narrarse como un delirio pop que, entre risas, te desarma.

A nivel temático, la serie dialoga con algo que va más allá del revival: habla de los cuerpos que habitaron ese espectáculo, del hambre de amor, de la incomodidad de no encajar en ningún sitio y del precio de ser deseado por una cámara. Hay escenas que duelen, otras que hacen reír hasta la lágrima, y muchas que te dejan en ese limbo extraño en el que no sabes si estás viendo algo brillante o simplemente verdadero. En realidad, son ambas.

Superestar es una rareza: no porque imite lo raro, sino porque se atreve a tratarlo con belleza. En un paisaje audiovisual cada vez más plano, aparece esta joya que se ríe de sí misma sin cinismo y abraza su barroquismo sin complejos. Una serie que, como su protagonista, no nació para ser entendida, pero sí para ser sentida.

Y eso, en los tiempos que corren, es más revolucionario que cualquier giro de guion.

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