
La historia de Filmin es la misma que la de cualquier otro proyecto valioso: unos cuantos amigos, una misma pulsión. En este caso, los amigos eran José Antonio de Luna, Juan Carlos Tous y Jaume Ripoll. La pulsión: levantar una plataforma española dedicada al cine independiente.
Hace exactamente una semana, era el propio Ripoll el que, en la sala equis de Madrid, presentaba los títulos venideros con el motivo del 18º aniversario de la plataforma. En el proceso de lanzar algo como lo que, hace ya casi una veintena, lanzaron estos tres empresarios del cine, es fundamental no dejar, al menos en los primeros pasos, nada al azar.

Es por esto también que el espacio escogido para la presentación de la 2025/2026 season fue la sala X. Esta emblemática cueva en el número 4 de Duque de Alba pasó de ser un cine dedicado a proyecciones eróticas, a convertirse en uno de los núcleos del cine transversal y de archivo de Madrid.
Ocupando casi el total de la pantalla colgante de la X, las seis letras sobre un fondo negro. Personajes de la escena neomoderna revoloteando entre los asientos, un ambiente distendido. Muchos de ellos presentaban cameos, debuts, papeles principales o incluso formatos desde cero. En muchas ocasiones, y quizá con motivo del mes que nos acoge con temperaturas febriles y nuevos horarios de terraza, proyectos vinculados a lo queer:

Filmin, y por supuesto el director David Navarro y su protagonista Samantha Hudson, consiguen que la institución del Arte Contemporáneo se enrede en un diálogo ácido con la inconfundible presencia de Hudson sobre una de las grandes preguntas de todos los tiempos: ¿qué es el arte? Y más importante: ¿Es Samantha Hudson una obra de arte?

La forma en la que, en este formato y siempre, Samantha desmonta discursos, es absolutamente queer. Esa verborrea crítica, de una insuperable impertinencia (y por ello, quizá, más pertinente que ninguna otra), se cuela en las instituciones con desparpajo y agilidad, corroyendo y cuestionando algunos de los supuestos que conforman el hub elitista de lo contemporáneo. Acompañada de, tal y como ella misma confesaba entre risas, una sonrisa afable, porque soy un bombón, tiene como resultado una combinación sensorial exquisita.
La Queer Wave implica una nueva manera de contar historias. A menudo, se comete el error de pensar que la propuesta del cine queer se agota en películas que tratan, explícitamente, los cuerpos queer. Esta idea peca de reduccionismo conceptual. Lo queer es también una manera de narrar, una manera de observar y por ende de contar algo desde aquello que se observa.
A día de hoy, múltiples universidades de renombre como la Queen Mary de Londres tienen esferas de investigación tituladas Estudios Queer, donde los textos que se analizan no sólo relatan la experiencia de una sexualidad y un cuerpo disidentes, sino que revelan un fondo que contiene posiciones no contempladas previamente, un devenir desarticulado y rearticulado. Es un modo de estar ante las cosas, de ser conmovida por ellas y eso, en el mundo del cine, es lo que diferencia a una buena de una mala película: la capacidad de conmoción -del tipo que sea- de, más que lo que ha decidido contarse, cómo se ha decidido contar.
Lo queer es qué y es cómo. No tiene por qué serlo a la vez. Es una perspectiva política, ética y estética, como todo lo que implica un estar ante las cosas.
Una de esas noches que no se terminan de entender del todo, ofrenda bajo el brazo y de camino a una casa que no había visto antes, acabé en el salón de un bajo en uno de los barrios más cotizados de la capital. Era una casa espléndida, a la vez que acogedora. En ningún caso emanaba esta sensación de que nada puede ser tocado, por riesgo a una inminente pulverización. Allí se hablaron muchas cosas. Entre ellas, de lo queer.
Un chico hetero puede participar de lo queer. Quizá no encarnarlo, pero hay maneras de participar de ello sin invadir los espacios que no han de ser invadidos. De hecho, participar de ello como sujeto ajeno a la corporalidad queer -si hay tal cosa como ser ajeno a la punzada del género – es uno de los grandes objetivos de la lucha.
Era lista allí la gente, en esa casa.
El punto de toda esta historia es que Filmin ha sido, desde sus más tempranos pasos, una empresa independiente. El que algo sea indie, a estas alturas de la película -y nunca mejor dicho-, suele interpretarse ya desde un lugar satírico. Sin embargo, las pretensiones de Filmin nunca han sido vaporosas o falaces. El compromiso con el cine de autor, con las propuestas narrativas abyectas y con las piezas de calidad, ha sido radical:

Filmin consigue que Wong Kar-Wai vuelva a la gran pantalla con Blossoms Shanghai, después de casi 10 años sin rodar. Disponible a partir del 17 de junio.
Consigue, junto a Little Spain y a la batuta de Gonzalo Hergueta, que Miguel Adrover cuente su historia, tal y como él desea contarla. Sin demasiado equipo, sin nada más que la luz natural de una casa, de su casa. The Designer is Dead es un delicadísimo trabajo que verá la luz esta próxima temporada.

Entre los demás proyectos figuran, además de + de 25 largometrajes y una multitud de piezas recién salidas de Cannes, varias series dirigidas por caras conocidas de la casa, como Miguel Ángel Blanca en Segunda Temporada, y nuevas incorporaciones como Mariela Besuievski con Millenial Mal. Todas ellas tienen en común la misma pulsión que compartían De Luna, Tous y Ripoll cuando empezaron: la tangencialidad, confesaba el tercero.
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